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M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

su impulso respectivo á cada uno de los efectos, en cuyo caso acepta tú lo promovido por ella, ó de una vez dió el ímpetu general á la Naturaleza, al cual por consecuencia natural se sigue todo lo demás, viniendo al cabo á formar un sistema, ó sea una serie encadenada de sucesos, ó si no, se habrá de recurrir á los átomos ó cuerpos indivisibles como á principios del universo. Por último, si hay algún dios, todo va bien; si sucede todo fortuitamente, no debes tú obrar con temeridad habiendo de cubrirnos dentro de poco la tierra, la cual después se convertirá en otra cosa, y ésta, procediendo al infinito se mudará en otra, y aquella segunda vez en otra, sin acabar jamás. A la verdad el que considerare el flujo y reflujo de estas mudanzas y alteraciones, junto con su rapidez, fácilmente despreciará todo lo perecedero y mortal.

La causa y Naturaleza universal lo arrastra todo á manera de un torrente impetuoso. ¡Pero cuán[1] todas estas naturalezas por una acción, no inmanente en sí misma (porque así sería eterna y el mundo también), sino externa y recibida en la cosa criada. Segundo: Que Dios, una vez hechas las naturalezas, las conserva de continuo por una acción exterior, sea ó no sea distinta de aquella con la que las dió el ser. Tercero: Que Dios, juntamente con cada una de las causas segundas, obra con una acción externa los efectos peculiares que ellas á su tiempo y lugar producen. Por último: Que todo otro impulso, ó es superfluo en la Naturaleza, ó se debe reducir á alguna de las sobredichas acciones; siendo tal la economía del Artifice Supremo en la producción de todas las causas naturales.

[1] Esta es una breve invectiva contra ciertos sofistas, que con unos principios especulativos pretendian conciliar prácticamente la politica con la filosofia y enseñar el arte de reinar á los Principes M. Aurelio en cada palabra cifra enfáticainente algún vicio de estos tales: los llama hombrezuelos, mocosos llenos de jactancia.


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