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MORALISTAS GRIEGOS.

de muchas particularidades para que uno pueda echar el fallo sobre una acción ajena.

En sexto lugar, que cuando te indignares sobremanera ó recibieres algún pesar, debes acordarte que la vida de los hombres es momentánea[1], y que dentro de poco todos desapareceremos.

En séptimo lugar, persuádete que no son las acciones ajenas las que nos inquietan, puesto que ellas se quedan allá dentro del alma del otro, sino que realmente son nuestros modos de opinar; deponlos, pues, de tu imaginación, y resuélvete á echar de tí ese juicio formado como si hubiera sido acerca de una cosa en la realidad grave, y con eso sobre la marcha se te habrá ido la cólera.-Pero cómo me lo quitaré de la cabeza?-haciéndote la cuenta que aquello no te causó infamia; porque si no fuese verdad que lo infame sólo es mal á quien lo comete, seria necesario[2] que tú sin culpa tuya pecases en infinitas cosas; que fueses un ladrón y un malhechor rematado.

Lo octavo, que la ira y el dolor concebido por la culpa ajena, nos acarrean más grave daño[3] del Crieóstomo, San Jerónimo y San Agustin, quienes reconocen la dicha economía en la altercación de San Pedro y San Pablo, cuando éste en Antioquía reprendió á aquél públicamente.

[1] Eurípides, Supplic., fué del mismo parecer.

[2] La consecuencia que M. Aurelio saca de esta doctrina es evidente, si se habla del delito personal; porque claro está que siendo tantos y tan varios los pecados ajenos, si éstos fuesen culpa de quien no los comete, aun el mayor santo sería un grande diablo.

[3] Es cierta la sentencia, visto que por la experiencia sabemos que los movimientos de las pasiones 8on los que más nos mortifican.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1
  3. 3,0 3,1