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XXIX
M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

amenazas, de premios que no de castigos, y haciéndose cargo «que no pudiendo hacer á los hombres, como se quisiera que fuesen, más vale sufrirlos cuales son y sacar de ellos el mejor partido que quepa».

Prohibió que en los baños entrasen promiscuamente ambos sexos, y reprimió otros varios desórdenes, principalmente la relajación de la juventud y de las mujeres. Por estos medios consiguió que en su tiempo la virtud fuese no menos respetada que apetecida. Atentisimo á no empobrecer los pueblos, usó en la administración de su hacienda de una bien entendida economía, tanto que después de una victoria negó á los soldados la gratificación acostumbrada, dándoles por disculpa «que sobre su sueldo nada se les podría regalar que no saliese de la sangre de sus padres y parientes». En otra ocasión, falto de fondos para la guerra, por no imponer nuevos tributos, puso en venta los muebles y alhajas mis preciosas de Palacio, sin exceptuar la recámara de su mujer con sus telas de seda y oro: dos meses duró la venta, y concluída la guerra felizmente, pudo rescatar sus alhajas, pero sin obligar á nadie á retrovenderlas. Celaba que de las contribuciones del pueblo nada se quedase en mano de los recaudadores; castigaba severísimamente las extorsiones, y con los cohechados era inexorable. Perdonó crecidas sumas devengadas por el Fisco y Tesoro, y Dión cita una de éstas, que no se extendía menos que á cuarenta y seis años, con la precanción de hacer quemar los documentos justificativos de la deuda. No hubo calamidad pública que no encontrase en él pronto remedio; en una carestia abasteció á toda Italia de grano forastero, acopiado á su costa y almacenado