en la fama, ni en todo este aparato y pompa exterior, tendrá una vida tranquila.
Tres son las cosas de las cuales has sido formado[1]: cuerpo, alma y mente: las dos primeras en tanto son tuyas, en cuanto es menester que las cuides[2]; sólo la tercera es tuya en propiedad. Por lo cual, si tú apartares de tí, estó es, de tu mente, cuanto otros hacen ó dicen; lo que hiciste ó dijiste; lo que imaginado como futuro te perturba; lo que, ahora toque al cuerpo que te circunda, ahora al alma nacida con el cuerpo, no depende de tu arbitrio; en fin, todo aquello que ese torbellino exterior de la Naturaleza de continuo envuelve en sí, de modo que tu mente, ó sea facultad intelectiva, puesta en salvo contra los sucesos del hado, pura y libre de pasiones, viva contenta consigo misma, haciendo lo que es justo, conformándose con lo que suceda y hablando
- siempre verdad; si tú, vuelvo á decir, apartares de tu mismo espíritu aquellos afectos á que dió lugar por una pasión vehemente, y, no acordándote de lo pasado ni pensando en lo venidero, te hicieres á tí mismo, cual Empedocles describe el mundo, una como[3] Redonda esfera que gira sin cesar; y sólo dirigieres tus cuidados á vivir bien lo que[1] Véase el lib. 11, § 2, y el lib. 1, § 16, en donde trata esto mismo M. Aurelio.
[2] Asentada la verdad de estas dos proposiciones, puede convencerse de poco fundamento la opinión de aquellos defensores del derecho natural, que ponen el sumo bien en el gusto, deleite y suavidad de los sentidos.
[3] El verso á que alude M. Aurelio se atribuye á Parmenides.