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XXXII
MORALISTAS GRIEGOS.

Marcio, anunció desde allí al pueblo que lloverían rayos y abrasarían al mundo cuando él se trasformase en cigüeña. El día señalado se dejó resbalar mañosamente por el árbol, y soltó una cigüeña que llevaba escondida, y era la señal concertada con una compañía de ladrones para incendiar y saquear á Roma. Preso el impostor, convencido y confeso, Marco no tuvo valor para castigarle.

Principe que en la clemencia pecaba por demasía, no era de temer que faltase á la justicia. Administrábala, cuando era necesario, por sí mismo, y hacía que sus delegados la ejerciesen escrupulosamente. Ofendíale la precipitación en los juicios, y á un pretor que incurrió en ella, le obligó á formar de nuevo el proceso. En negocios de importancia gastaba los once y doce días en examinarlos por sí propio. Acrecentó el número de jueces; disminuyó las vacaciones de los tribunales, de modo que quedaron en el año doscientos treinta dias útiles para juzgar los pleitos y controversias judiciales; también minoró considerablemente los litigios, despreciando las delaciones, aunque fuesen á favor del Fisco, y castigando rigurosamente á los calumniadores que no probaban la denuncia. Como su reinado era el de la filosofía, un enjambre de zánganos comia á expensas del público, sin tener de filósofos mas que el nanto y la barba: despojólos Marco del salario y privilegios concedidos á la profesión.

El Derecho romano antiguo no permitia que las madres heredasen á sus hijos, ni al revés: Antonino desagravió á las primeras, y Marco á los segundos.

Para la tutela de los menores dió á un pretor comisión privativa, desmembrándola de los cónsules