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XXXV
M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

ses. Convocó de todas partes sacerdotes y sacrificadores; inmoló un prodigioso número de víctimas, y expió á Roma con todo género de purificaciones y lavatorios; y la libró de ritos y cultos extranjeros, abominados de la política romana, como era el de la diosa Isis, condenado en tiempo de Augusto, euyo templo fué demolido en el de Tiberio, arrojada al Tiber la estatua y los sacerdotes degollados. Parecióle que aun así no se darian los dioses por satisfechos, á no ser que les sacrificase otras víctimas de mayor precio, esto es, los cristianos, enemigos del politeismo; y abrió la mano á la cuarta persecución[1] de la Iglesia.

[1] En ella nos dice Eusebio en el proemio al libro v de su Historia Eclesiástica: Innumerabiles propė martires per universum orbem enituisse. El mayor número padeció en las Galias; y entre los más ilustres de otros paises se deben contar San Policarpo y San Justino. Sin duda que el buen Emperador se vió agobiado de quejas de los magistrados, que atribuían todos los trabajos y calauidades á venganza de los dioses, por estar sus templos desiertos y el culto abandonado con la propagación del cristianisıno ; y amenazaban sediciones y tumultos de los pueblos, con apoyo de la religión dominante. Anmiano Marcelino (lib. xxv, cap. IV) le califica de supersticioso á nuestro M. Aurelio, contra lo que él mismo nos dice (lib. 1, pár. 6) haber aprendido de Diogneto; esto es, á no atribuir á causas sobrenaturales los efectos de la naturaleza. Semejantes efectos la secta estoica no los atribuye sino al fatalismo inevitable; al cual enseñaba que el hombre se debía someter sin queja ni murmuración : la misma secta corregia pero no condenaba la superstición popular, autorizando el culto de la divinidad, dirigido filosóticamente al alma universal difundida en todo el universo ; de donde resultaba ser tantos los dioses cuantos son los elementos y partes constitutivas del mundo. La superstioión creería M. Aurelio estaba de parte de los eristianos, cuya constancia en la fe la tiene por mera obstinación (lib. xi, pár. 3), imitando á Plinio, que aunque fué


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