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EPICTETO.—MÁXIMAS.

lidad, defraudar á sus lectores, dándoles por trabajo de primera mano lo que en realidad no era sino libro conocido.

Ciertamente que el lenguaje franco y sin rebozo que el anónimo usa, la calidad de las personas á quienes el Theatro moral va dedicado, y lo fútil del intento de presentar como original un libro cuya traducción podía fácilmente comprobarse, debieron de haber pesado en el juicio de Ticknor mucho más que la semejanza de los títulos y que la mera prioridad de una fecha.

Aparte estas consideraciones, la opinión del señor Menéndez y Pelayo, á mi parecer, se confirma plenamente con tener, como lo tengo, por bien averiguado quién fué el autor, hasta hoy anónimo, de la prosa explanatoria de los « Emblemas», así como de las traducciones de Epicteto y Cebes.

Ora fuese por modestia, ora por temor á la envidia, como dice el impresor Foppens en su «Dedicatoria»

á la Reina Regente, ora, en fin, cediendo á otros notivos cualesquiera, es lo cierto que el autor puso empeño en ocultar su nombre; no tanto, en verdad, que en la autobiografía que precede á los «Emblemas» regatease al investigador curiosos datos de gran precio por donde viniese á descifrar el enigma. Esos datos nos permiten asegurar que el Theatro moral es todo él (exceptuados los versos que van al pie de los textos de Horacio) debido á la pluma de Antonio Brum, del Real Consejo de Flandes. Al fin del «Proemio» dice, en efecto, su autor, que dedica su trabajo al Excmo. Sr. Conde de Peñaranda, «bajo cuya dirección-añade-serví á S. M. en el Congreso de la Paz de Munster». Ahora bien; consta que á