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EPICTETO.—MÁXIMAS.

Mi maestro, que conoció muy bien esta mi aniñada y memoriosa habilidad, se valió de ella para ganar aplausos á costa de mi perdición. Propúsome para sustentar las conclusiones de este curso, y para ello me dió á decorar (como dicen) más de 20 pliegos de papel, en que se comprendian todas sus opiniones, las de los contrarios, con todas las soluciones y respuestas. En menos de seis días lo hice todo tan mío, que salí al teatro y representé mi papel casi sin ayuda de mi maestro, que me presidía, y mediante esta industria, él ganó la reputación y á mí me quedó por mi parte un insufrible y molesto desvanecimiento, que me hizo incapaz de las demás ciencias, porque nunca aprende nada quien presume saber mucho. Después estudié la Fisica y la Metafisica, no para entenderlas, sino para no olvidarlas, lo cual me ha servido de algún adelantamiento con el tiempo, como diré en su lugar. Holgábanse mis padrcs de oir hablar bien de mí, y creían lo que realmente no era.

Acabados mis estudios, volví muy ufano á mi casa, donde cstuve algunos meses pasando con mi ayo (que era hombre docto) lo que había estudiado.

Pero éste (conociendo ya que la conflanza que yo tenía en la facilidad del arte de disputar me impedía el aprender lo que él me enseñaba, y que la sobra de mi memoria causaba la falta del entendimiento, que aun no estaba maduro) aconsejó á mi padre me enviase al colegio del Escorial á repetir la Filosofía, como se hizo. Hubiera sido de grandisima utilidad este consejo, si entonces (que comenzaba á discurrir y conocer las cosas) me hubieran puesto de nuevo al estudio. Pero la preocupación de mis pri-