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XXXVIII
MORALISTAS GRIEGOS.

estorbo al gobierno; dando á entender que á su vigilancia y consejos, no al trabajo de su hermano, debia la República el buen éxito de la guerra de los Partos; lenguaje bien diferente del que usa en sus reflexiones. Por esto y otros discursos, quisiera M. DAcier enervar la narración de Capitolino, sin hacerse cargo que, desautorizado el historiador en el poco mal que cuenta de este Príncipe, lo quedara igualmente en el casi continuo elogio con que hablade sus acciones. Aquí mismo pondera inmediatamente su atención en consolar á las tías y hermanas de Vero, conservándolas en la misma clase en que estaban, y sañalándoles liberalmente pensiones que sufragasen á mantenerse con decoro. A los libertinos[1] del mismo Principe, que tanto habían abusado de su facilidad, se contentó con echarlos de Palacio, reteniendo únicamente á Eclecto[2], permitiéndolo asi la Providencia, para librar al mundo del monstruo de Cómodo, hijo y sucesor de M. Aurelio.

Ocupado en Roma con estas disposiciones y con el matrimonio de la viuda Lucilla y Pompeyano, llégale al Emperador la fatal nueva de una victoria completa conseguida por los Marcomanos sobre el prefecto del Pretorio Vindice; en ella, si hemos de[1] Nuestra lengua los llama horros, palabra que no sé si disonará á los oidos criticos de este siglo.

[2] El citado Pedro Mejia llama Alecto al que emponzoñó el vino para uatar á Cómodo, y añade la particularidad de que, estando vomitándolo, fué necesario entrase otro, nombrado Narciso, para que le diese de puñaladas, y asi fué muerto en gracia y contento de todo el pueblo de Roma y aun de todo el mundo. Gatakero y el anónimo francés sólo nombran á Eclecto por autor de este atentado.


  1. 1,0 1,1
  2. 2,0 2,1