-¿No ves también una puerta muy pequeña, y una senda delante de la puerta, que no está muy hollada, sino que caminan por ella muy poquitos, como por camino muy dificultoso y áspero, y peligroso al parecer?
— Sí, dije yo.
—¿No parece haber también un collado y una subida muy estrecha, y que por la una parte y por la otra tiene unos muy profundos despeñaderos?
— Sí veo.
—Este, pues, es, dice, el camino que lleva á la verdadera Doctrina.
—Dificultoso realmente, al parecer.
—¿No ves también en lo alto alrededor del co- Ilado una gran peña y muy alta, toda sin subida?
—Ya la veo, dije.
—¿No ves también unas dos mujeres puestas encima de la peña, de muy buen hábito y sujeto de cuerpos, y que están como alargando las manos prontamente?
—Ya las veo, dije; pero ¿cómo se llaman éstas?
— Esta primera, dice, se llama la Continencia, y la otra la Perseverancia, las cuales son hermanas.
—¿Por qué, pues, alargan la mano con tanta prontitud?
—Exhortan, dice, á los que llegan allí[1] á que tengan esfuerzo y á que no desmayen, diciéndoles que han de tener un poco de sufrimiento aún, y que luego llegarán al buen camino.
—Cuando llegan, pues, á la peña, cómo subon? porque no veo camino que lleve á clla.
[1] A aquel lugar.