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XLVII
M. AURELIO.—SOLILOQUIOS.

libertad; y lo mismo sucedió á los varones, á excepción de Heliodoro, que como más delincuente fué confinado en una isla.

Por colmo de su clemencia, añadió Marco Aurelio la prohibición que se insultase á la familia de Casio por lo sucedido, y hubo condenados en juicio por haber contravenido á este decreto. Fué tan indulgente con los sublevados como lo habia sido respecto á la familia de Casio, encargando al Senado no los tratase según sus delitos; y no bastando su primera carta[1], repitió la segunda, mucho más obligante, con la amenaza de que le costaría la vida, por estas palabras: Si id á vobis non impetrabo, ad mortem ipse ibo celeritèr. La única pena que sufrieron los culpados fué la del destierro (que presto se alzó á los más de ellos), conmprendido Flavio Calvisio, que había sublevado á Egipto, de que era prefecto.

Marco Aurelio tuvo que vencer no poca contradicción en el ejercicio de su clemencia. Afeábasela uno con la pregunta: Y si Casio hubiera vencido? Responde: No hemos servido tan mal á los dioses, ni vivido de modo que él nos había de vencer; principio muy falso para quien sabe que Dios tiene una eternidad en que trocar las suertes de este mundo, pero adoptado de M. Aurelio tan firmemente, que lo quiso persuadir con ejemplos, citando por una parte á Caligula, Nerón, Otón, Vitelio, Domiciano y Galba, cargándoles por delito imperdonable la ava- [1] Ó sea, oración mandada leer en el Senado, como se hizo con las más expresivas aclamaciones, entre otras prendas, á la filosofia de Marco; título que sin embargo no valeció, como en otra parte notamos.


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