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OLIVERIO TWIST

capaz á un varoncito que poseía el uso de la voz sólo desde hacía tres minutos y cuarto.

En cuanto Oliverio dió la primera gallarda prueba del uso expedito de sus pulmones, la colcha de mosaico tendida descuidadamente sobre la cama de hierro próxima se agitó levemente, una cara pálida de mujer joven se alzó un tanto de la almohada, y una voz débil articuló:

—¡Permítaseme ver al niño antes de morir!

El médico estaba sentado junto al fuego, dando á sus manos un calentón y un frote alternativamente. Cuando la joven habló se levantó, acercóse á la cabecera de la cama, y con más bondad de la que parecía poder esperarse de él exclamó:

—¡No hable usted aún de morirse!

—¡Oh, no; bendito sea Dios! ¡No; no hay que hablar aún de morirse!—añadió la enfermera ó asistenta metiendo apresuradamente en el bolsillo una botella de vidrio verde, cuyo contenido había estado saboreando aparte con evidente satisfacción.—¡Bendito sea Dios! Cuando haya usted vivido tanto como yo, haya tenido trece hijos, y todos hayan muerto, excepto dos que están conmigo en el Asilo, sabrá lo que es bueno. Piense usted que es madre y que tiene que amamantar á ese tierno corderito.

Aparentemente, este consuelo no produjo efecto. La paciente meneó la cabeza y sacó fuera del embozo los brazos para coger la criatura, que depositó en ellos el médico parroquial; imprimió sus amoratados y yertos labios en la frente del nene, acarició el rostro infantil con ambas manos, miró tristemente en derredor, inclinó la cabeza y murió.

—¡Esto se acabó, señora Thingummy!—dijo el cirujano.

—¡Ah! ¡Pobre muchacha; así es!—replicó la