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Cuentos y narraciones

parte de su fortuna de enviudar casi al mismo tiempo, marchó al último pueblo que le quedaba y siguió malgastando el dinero, aunque de distinta manera. Lo que tenía lo empleó en hacer un jardín á la inglesa; en vestir á sus lacayos, con trajes de jokeys; en tomar para sus hijas una institutriz británica y en labrar sus tierras según el método inglés; pero ha dicho muy bien un poeta que el trigo ruso no crece á la extranjera, y esto lo demostrá el hecho de que aun disminuyendo los gastos considerablemente, los ingresos de Gregorio Iwanovitch no autuentaron y hasta se vió en la necesidad de contraer deudas. A pesar de todo, se figuraba ser hombre listo por haber sid el primer propietario de la provincia que colocó su finca en consejo de tutela, operación que en aquel tiempo se estimaba hábil y atrevida. De cuantos lo censuraban el que lo hacía con más severidad era Berestow. El odio á las innovaciones cra el rasgo principal del carácter de este último y así no podía hablar con calma de la anglomanía de su vecino, hallando á cada paso ocasión de criticarle. Cuando enseñaba su finca á los visitantes docía siempre con astuta sonrisa contestando á los elogios que tributaban á su buena administración:

—Sí señor, en mi casa no sucede lo que en la de mi vecino Gregorio Iwanovitch. ¿A qué viene eso de arruinarse á la inglesa? ¿No vale acaso, mucho más tener el estómago lleno á la rusa?

Estas bromas y otras parecidas llegaban á oídos de Gregorio Iwánovitch aumentadas y corregidas, gracias á la actividad de los vecinos, y daban lugar á que el anglomano se desatase en críticas tan atrevidas como las de un periodista y á que se enfureciese y calificase de uso y de paleto á su rival.

Tales eran las relaciones existentes entre ambos propietarios cuando llegó el hijo de Berestof. Había terminado éste sus estudios en la Universidad