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Julián Juderías

— Sí, sí.

—¿No me engañarás?

—No.

—Júramelo.

—Por esta oruz...

Los jóvenes se separaron. Lisa salió del bosque, atravesó el campo, penetró en el jardín y se fué á escape al cortijo, donde la estaba esperando Nas tia. Se cambió allí de vestido y, después de responder distraidamente á las preguntas de la impaciente y curiosa doncella, pasó al salón. La mesa estaba puesta, la comida esperaba á los señores y miss Jackson, vestida y compuesta, se entretenia en pintar. El padre celebró el paseo matinal de su hija.

—No hay nada más saludable, dijo, que respirar el ambiente de la mañana, y añadió á esta sentencia unos cuantos ejemplos de longevidad leidos en periódicos ingleses, haciendo observar que todos los que han pasado de los cien años nunca bebieron aguardiente y se levantaron al amanecer, lo mismo en verano que en invierno.

Lisa no prestaba atención á sus palabras. Allá en su fuero interno recordaba todos y cada uno de los incidentes de su entrevista con Alejo, su conversación con él y la conciencia comenzaba á remorderle. En vano se dijo que el diálogo entre ambos no había transpuesto los límites de la más exagerada inocencia y que aquella broma no podia tener consecuencias de ningún género; su conciencia clamaba más alto que su razón. La cita que le había dado para el día siguiente fué lo que más la atormentó y á punto estuvo de decidirse á no acudir á ella, pero pensó que Alejo, después de esperarla en vano, podía muy bien llegarse al pueblo y buscar á la hija del tío Basilio á la verdadera Aculina, y al ver que era una moza de buenas carnes y más basta que la jerga, caer en la cuenta