este encuentro, seguro es que jamás hubiera dirigido hacía aquel lado su cabalgadura pero se advirtió demasiado tarde de la presencia de su rival y se encontraba á corta distanciade él.
¿Qué iba á hacer? Muronsky, como hombre civilizado que era, se aproximó á Berestow y lo saludó con extremada cortesía, á la que aquel respondió con entusiasmo parecido al de un oso que saluda al respetable público por mandato de su amo.
En este momento, salió un conejo del bosque y echó á correr á campo traviesa. Berestow y su palafrenero gritaron, soltaron los perros y lanzaron sus caballos al galope. El de Muronsky, que jamás había estado en cacerías, se asustó y la emprendió al galope. Su ginete, que se preciaba de montar á la perfección, le dió riendas, felicitándose de un incidente que lo desembarazaba de una compañía desagradable, pero su yegua llegó á todo correr al borde de un barranco y reparando el peligro se echó repentinamente atrás despidiéndole de la silla. Cayó Muronsky sobre la tierra endurecida por el frío, echando dos mil maldiciones á la yegua que en tal trance lo había puesto, y que comprenliendo su locura, se había parado al sentirse sin ginete. Ivan Petrovitch acudió presuroso en auxilio de su rival y le preguntó si se había lastimado, en tanto que el palafrenero cogia la yegua de la rienda y ayudaba al caído á ponerse en la silla. Berestow invitó á su vecino que descansase un instante en su casa, éste no pudo excusarse, comprendiendo que debía demostrarle algún agradecimiento y así Berestow se hizo con la gloria de haber muerto á un conejo y de traerse á su contrario herido y casi prisionero.
Ambos vecinos almorzaron charlando amistosamente. Muronsky rogó á Berestow que le prestase un coche, pues no se hallaba en condiciones de