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Julián Juderías

le desagradaba ver el efecto que tan inesperada entrevista produciría en el joven. De pronto se le ocurrió una idea; la consultó con Nastia y ambas se rieron muchísimo y decidieron ejecutarla.

IV.

Al día siguiente durante el almuerzo Gregorio Ivanovitch preguntó á su hija si estaba resuelta á encerrarse en su habitación cuando llegaran los Berestow.

—Papá, contestó Lisa, los recibiré si V. quiere, pero con una condición: la de que no se enfadará V. conmigo, ni demostrará asombro por la manera como yo tenga á bien presentarme anto sus huéspedes.

—¿Tienes ya pensada alguna diablura? dijo sonriéndose el padre. Bueno, sea como quieras; estoy conforme; haz lo que te parezea, tunantilla de ojos negros. Al decir esto le dió un beso en la frento y Lisa fué á vestirse para la recepción.

A las dos en punto de la tarde, una calesa, de construcción dómestica, arrastrada por seis caballos penetró en el patio y rodó por el paseo en torno del macizo de espeso cesped que lo adornaba. El viejo Berestow subió la escalinata con auxilio de dos lacayos que llevaban la librea de Muronsky y babiendo llegado su hijo detrás de él á caballo, penetraron juntos en el comedor, donde ya estaba puesta la mesa. Muronsky recibió á sus vecinos con extremada amabilidad, les invitó á que viesen su jardin antes de la comida y les condujo por senderos cuidadosamente trazados y cubiertos de arena. El viejo Berestow se dolía interiormente de todo aquel trabajo que de nada servia y de todo aquel tiempo perdido lastimosa é mutilmente en tamañas pequeñeces, pero se calló por cor tesía.