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Cuentos y narraciones

transcurrían las horas, hacíase más locuaz y más alegre.

Por último, se levantaron de la mesa; marcháronse los huéspedes y Gregorio Ivanovith dió rienda suelta á la risa y á las preguntas.

—¿Por qué has querido divertirte á costa de ellos? preguntó á Lisa. ¿Sabes una cosa? El blanquete te sienta muy bien y por más que no quiera yo penetrar en los misterios del tocador femenino, si estuviese en tu lugar me pintaría de blanco, claro es, que no mucho, pero sí un poco.

Lisa, encantada del éxito de su plan le prometió no echar en saco roto su consejo y corrió á hacer las paces con la encolerizada miss Jackson, que á duras penas consintió en abrirle la puerta de su cuarto y en escuchar sus razones. Lisa le manifesto que habiendo tenido precisión de parecer afectada á los ojos de aquellos señores y no atrevióndose á pedirle lo que necesitaba, habíalo tomado ella misma, confiando en que miss Jackson como era tan buena la perdonaría... La inglesa se persuadió de que su discípula no había querido burlarse de ella, se tranquilizó, abrazó á la joven y en prenda de perdón le regaló un tarrito de blanquete inglés que Lisa aceptó con muestras de profundo agradecimiento. Sin que yo se lo diga adivinará el lector que Lisa no faltó al día siguiente á la cita en el bosquecillo.

—¿Ayer estuviste en casa de mis señores, no es verdad? le preguntó á Alejo apenas se saludaron. ¿Qué tal te ha parecido la señorita?

Alejo respondió que ni siquicra la había mirado.

—Es lástima, replicó Lisa.

— ¿Por qué?

—Porqué quería preguntarte si es verdad lo que dicen...

—¿Qué es lo que dicen?