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Cuentos y narraciones

—No creo que sea yo capaz de hacerla feliz.

—¿Acaso tienes tú que preocuparte de su felicidad? ¡Qué! ¿Es así como me obedeces? ¡Me parece muy bien!

—Será lo que V. guste pero no quiero casarme, y no me casaré.

—Te casarás ó to maldiciré y las tierras, como hay Dios, que las vendo y me gasto lo que me den por ellas y á tí te dejo los colchones y nada más. Tres días te doy para lo que pienses y entre tanto ház que yo no te vea.

Sabía Alejo que si á su padre se le metía en la cabeza una idea ni á fuerza de martillazos se la sacaban de los cascos pero tenía carácter parecido y no era tan fácil convencerle. Encerróse pues en su cuarto y púsose á reflexionar acerca del límite que era preciso poner á la autoridad paterna y acerca también de Lisa Grigoriewna, sin echar en olvido la promesa de su padre de convertirle en pobre, y por último en Aculina. Por primera vez se dió cuenta perfecta de que estaba profundamente enamorado de ella; cruzóle por el pensamiento la romántica idea de casarse con la campesina y vivir de su trabajo y á medida que reflexionaba le parecía más sensato este propósito. Como hacía días que no cesaba de llover y se habían suspendido las entrevistas en el bosquecillo le escribió á Aculina con letra clara y apasionado estilo, una carta manifestándole la desgracia que sobre ambos se cernía y ofreciéndole su mano. Al punto llevó lo epístola al hueco del árbol que servía de buzón y se acostó, satisfecho de sí mismo.

Al día siguiente, firme en su propósito se levantó temprano y marchó á casa de Muronsky, con objeto de hablarle clara y terminantemente y ver de despertar su generosidad.

—¿Está en casa Gregorio Ivanovitch? preguntó,