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Es vana ocupación, y sólo el ruido
Del metal codiciado nos arranca
Al horrible sopor que nos invade,
A ese sopor estúpido del ebrio,
Más triste acaso que la muerte misma !

 Ya no se busca en colosal torneo
La palma generosa que las Musas
Al genio triunfador brindar solían,
Cuando, hijo de los dioses, derramaba
Sobre la tierra vírgen, las simientes
De la justicia y la verdad fecundas.
Hoy sólo se apetecen y se aprecian
Los goces materiales, y por ellos
Honor y dignidad se sacrifican,
Que, falaces sírenas, con su canto
Adormecen los últimos escrúpulos
De la conciencia pervertida, y abren
A cada paso un invisible abismo.
Abismo, y grande, sí! No impunemente
Sacude el hombre estulto los cimientos
De las leyes morales: al hundirse,
Con sus ruinas cubrirán á cuantos
En tan soez demolición se gozan !

 Mas, aquellos que guardan todavía
De la antigua virtud el culto austero.
¿A dónde irán á refugiarse, mientras
La ola impura sin tropiezo avance?
Lo ignoro. En los obscuros horizontes