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lia sumidos en el mas amargo desconsuelo, oyó sus súplicas.

Una respetable persona, se hizo cargo del jóven Eduardo, para que emprendiese una carrera literaria, y salvarlo así de la pendiente en que estaba colocado. Pronto se calmó la inquietud de la familia, pero no tanto que los pesares no dejasen visible huella en la ya quebrantada salud de Dª Carlota.

D. Agapito, encontrábase en Madrid apegado á Juanazo, como la hiedra al vetusto árbol.

Transformado en lo físico, de igual manera que en lo moral, era ya un viejo precoz, llevando impreso en su semblante, las terribles torturas que sin cesar le acosaban.

Exhausto de recursos, como su compañero, forzoso le era hacer esa vida del desheredado, ó dormir en un café ó pasarse las noches en un inmundo lodazal, para no esponerse á ser conducido á la policía, si se acostaba en un banco de alguna plaza pública.

Como Juanazo encontraba en su amigo el neceser aparente para sus truhanerias, urdió una en que fabricando una letra que decia haber recibido y alegando una ligera indisposicion, co-