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VII
PRÓLOGO.

mana, otro tanto alcanzaron ellos. El Cristianismo no vino á destruir nada de lo bueno que habia en la civilizacion antigua, sino á restaurarlo todo en Cristo. Y comno medio de propaganda, de difusion y de enseñanza, eligió esa misma lengua y cultura helénica, y llamó á los gentiles á la herencia de los judios. Y los gentiles acudieron porque habian recibido de sus filósofos y de sus poetas la preparacion evangélica, ya que no habian tenido como el pueblo de Israel la enseñanza más alta de sus videntes y profetas.

Y aquí encaja, como anillo en el dedo, lo que en su oracion escribe San Basilio: «Los libros santos, las lecturas piadosas nos llevan á la vida eterna...—Pero miéntras la edad no nos permite ahondar en sus profundas máximas ni penetrar su sentido, es menester ejercitarnos en otros autores más fáciles, á la manera que el soldado, años ántes de salir á la guerra, se ejercita en simulacros militares. Así, nosotros, para lidiar la más terrible de las batallas, debemos ejercitarnos en los poetas, en los historiadores, y en todo libro que pueda traernos alguna utilidad.»

¡Cuán bien ha hecho Ipandro en citar desde el púlpito estas palabras, que son la mejor apología de su doctrina! ¡Cuánto difiere este plan de educacion ámplia, generosa y verdaderamente católica, imaginada por San Basilio, de las estrechas y torpes ideas de los que creen mantener la pureza de la fe por medio de la ignorancia y el mal gusto! Hoy que la impiedad es docta, é invade todos los campos,