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XI
PRÓLOGO.
Compañeras eternas de la vida;

y en sus eternos viajes á cabalio por regiones casi desiertas, ha aliviado los ardores del sol tropical, poniendo en versos castellanos el viaje de Europa ó describiendo los umbrosos verjeles en que se celebraban las fiestas de Céres.

Y cuenta que el que tal hace es un prelado, á quien pocos igualan en episcopal actividad, tino y valor, como uno de sus compañeros, el Obispo de Panamá, en carta al Sr. Caro afirma. Quien tales cualidades posee, bien puede, con segura conciencia, creer que hace obra meritoria á Dios y á los hombres, procurando introducir el amor á lo bello en las artes y en la vida.

Pero ahora reparo que, ocupado en defender la escuela literaria de que es glorioso campeon Ipandro, y en que yo tambien, aunque sin gloria, milito, voy llegando al fin de este prólogo sin haber dicho casi nada del autor ni del libro. Afortunadamente, ni el uno ni el otro necesitan vanos encomios. Entre las pocas, poquísimas, buenas traducciones de poetas griegos que posee nuestra lengua, nadie negará á las de Ipandro uno de los primeros lugares. Y quien, aparte de su mérito absoluto, considere que fueron trabajo de pocos meses, interrumpido por otros mil cuidados, disgustos y ocupaciones, las tendrá de seguro por un esfuerzo prodigioso de facilidad y soltura. Es, sin duda, Ipandro helenista egregio y gallardo versificador, aunque en su trabajo se noten desigualdades. Y no