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XXIX
PRÓLOGO.

cura de Toluca le dedica, el 14 de Octubre último, una memorable velada literaria; los diarios registran el suceso; ¿quejaráse el señor Obispo de ver estampado en esas relaciones su verdadero nombre? ¿Podrá esperar que lo ignoren ó lo callen el historiador, el biógrafo, el crítico, el bibliógrafo? Imposible es mantener esa perpétua dualidad en un individuo. Mas la exigencia de IPANDRO ACAICO es tan terminante, tan general, y para nosotros tan digna de acatamiento por su orígen-puntualmente porque viene de un Obispo y no de un Arcade-que por nuestra parte guardaremos religiosamente este secreto público.

Quien sepa que hay en Méjico un Obispo que cultiva la poesía clásica y pulsa la lira castellana, se acordará inmediatamente de Valbuena, é imaginará que florecen allí los estudios del siglo xVI.

IPANDRO mismo menciona al célebre abad de Jamáica y Obispo de Puerto-Rico como á predecesor suyo. Patente es la semejanza de circunstancias que singularizan en la historia literaria á Bernardo de Valbuena y á IPANDRO ACAICO. Mejicanos ambos, por educacion el uno, por nacimiento el otro; ambos, desde la adolescencia, cultivadores de las Musas, y particularmente de la poesía pastoral; traductor aquél de las Églogas de Virgilio en su «Siglo de Oro,» éste de los Idilios de Teócrito; ambos eclesiásticos y revestidos, en juveniles años, de la alta dignidad de Obispos.

Ni es ésta la única reminiscencia de cosas de la antigua Méjico, que despierta la inspeccion de las