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XLIII
PRÓLOGO.

sombras á un personaje cuasi mítico, á quien no duda apellidar primer Apóstol de la Cultura. Como un apóstol en otro órden superior, el ciego y anciano Homero, dice Newman, fué pobre y anduvo errante, y débil de cuerpo, debia sin embargo hacer grandes cosas, y estaba destinado á vivir en boca de centenares de generaciones y de millares de tribus.

En Homero principian las tradiciones literarias, ó sea la institucion de la Cultura en el mundo. Olvidado por siglos, los versos del genio creador se recogieron al fin como reliquias preciosísimas; á su ejemplo se formaron los grandes escritores de Aténas, y luégo, marchando en pos de éstos, los de Roma, «El mundo debia tener ciertos guías intelectuales, y no otros: Homero y Aristóteles, con los filósofos y poetas que giran en torno de ellos, habian de ser los maestros de todas las generaciones, en todos los tiempos.»

«La Cultura tiene caudal propio, comun á cuantos pueblos la han recibido, de principios y doctrinas, y tiene especialmente sus libros, que gozan hoy de la misma estimacion y respeto, y tienen la misma aplicacion que cuando allá en tiempos antiguos se introdujeron por vez primera en las escuelas. En una palabra, los clásicos, los asuntos que ofrecen al ejercicio del pensamiento, y los estudios á que sirven de base, fueron siempre el instrumento de educacion adoptado para difundir la cultura de la juventud; así como los libros inspirados, y las vidas de los santos, y los artículos de la fe y el ca-