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XLV
PRÓLOGO.

sospechoso respecto de los clásicos, pues son palabras en ocasion solemne pronu nciadas por un romántico dramatista de nues tros dias:

«Virgilio, Homero, Teócrito, Horacio..... los genios de la antigüedad.... los que fijaron para siempre, en obras perfectas, las reglas del buen gusto, de la templanza, de la sobria elocuencia....

modelos eternos de lo bello y de lo verdadero, nuestros primeros maestros, á los cuales tendremos que volver siempre»....[1].

Añadiremos una observacion.

Hoy, cuando una literatura bastarda y una falsa ciencia alimentan el espírítu de rebelion contra la Iglesia, no convendrá patentizar, no sólo con hechos históricos, pero con ejemplos contemporáneos, cuán bicn confrontan la fe y la piedad con la castiza literatura y con la ciencia verdadera? Eclesiásticos que al par que se hacen respetar por sus virtudes evangélicas, se granjean la admiracion por sus luces en uno ú otro de los departamentos del saber humano, sostienen el honor del clero, y le ganan simpatías á la religion. Que la Iglesia ha favorecido siempre las ciencias y las letras, es, á lo que parece, el tema predilecto del nuevo Papa, en sus escritos y alocuciones. Nombrado últimamente Soberano Pastor de los Arcades de Roma, hizo un discurso en que, volviendo á tratar de paso el mismo tema, excita á los Académicos á «marchar so-


  1. Victoriano Sardou, Discurso de recepcion en la Academia Francesa, 23 de Mayo de 1878.