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LXVII
PRÓLOGO.

mero VII, quise tener más libertad, y á despecho del incontentable Hermosilla, usé del romance endecasílabo: con tedo, al tratarse de las canciones, las puse en estrofas iguales y rimadas. En el Idilio VIII, aunque la narracion está en silva, trasladé á los versos amebeos ó alternativos, en cuanto lo permite la índole de nuestro idioma, toda la regularidad de los griegos y latinos, y la severidad de sus reglas. En el IX puse en sonetos, y en el X en pequeñas estrofas de cinco versos, las canciones de los interlocutores, hallándose el resto en tercetos.

De la silva me volví á servir para los Idilios XIII y XXIV, de los tercetos para el XVII, XX y XXIII, siendo este último una verdadera elegía. El animado diálogo del XIV me pareció que estaria bien en cuartetas de ocho sílabas, á estilo de nuestras comedias antiguas; y en versos de arte menor puse igualmente el XXVII. La accion rápida del XXVI y el fuego báquico que respira, me pareció exigir estrofas decasílabas, y el XXX, que es una verdadera anacreóntica, no me dejaba eleccion. Los Idilios XXII y XXV son más bien himnos, y áun parecen fragmentos épicos, y los habria puesto en octavas, si los diálogos que en ambos se encuentran me lo hubieran permitido. Restábame escoger entre el romance endecasílabo y el verso suelto; y desconfiando de mí mismo, preferí el primero, que exige ménos maestría que el segundo. Me atreví, sin embargo, á desembarazarme de la rima y del asonante en el Idilio XVI: á ello se presta el asunto tan serio y la gravedad que respira desde el princi-