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Evaristo Carriego.

...¿Qué no entiendes? ¿No tiembla tu prole
al salvaje ulular de las bestias?...
¿Nunca vio la Desgracia? ¿Fué siempre
la entraña sin hambre, la entraña repleta?
...Continúan aullando ¿no oiste?
Ritornelo feroz que resuena
como un lúgubre grito flotando
por sobre la cuna que mece la anemia.
¡Y son todos! No falta ninguno;
y la noche no pasa: es eterna.
El Dolor es invierno; te cubre:
No aguardes ni sueñes jamás primaveras.
El olvido está lejos; no viene
a dejar junto a ti su promesa,
su promesa de muerte ¡la Madre,
a veces tan mala y a veces tan buena!

Nunca nadie sabrá de la mano
que pusiese en tus ojos la venda,
con la cual has caído tan hondo
que aquellos que quieren mirarte se ciegan.
En tu anónimo abismo te agitas
sin desear un regreso, en la inquieta
sensación del inmenso desplome
que arrastra consigo tus dudas tremendas.
Sin embargo, quizás te azotaran,
en la calma de tu indiferencia,
— flageladas visiones de ensueño —