que en áspero rigor y en gran tormento
los primeros deleites ha trocado.
¡Oh crudo nieto, que das vida al padre,
y matas al abuelo! ¿Por qué creces
tan disconforme a aquel de que has nacido?
¡Oh celoso temor! a quién pareces?
¡que la envidia, tu propia y fiera madre,
se espanta en ver el monstruo que ha parido!
XXXII
Estoy contino en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con sospiros;
y más me duele nunca osar deciros
que he llegado por vos a tal estado;
que viéndome de estoy, y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo viendo atrás lo que he dejado;
si a subir pruebo, en la difícil cumbre,
a cada paso espántanme en la vía
ejemplos tristes de los que han caído.
Y, sobre todo, fáltame la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la escura región de vuestro olvido.
XXXIII
Mario, el ingrato amor, como testigo
de mi fe pura y de mi gran firmeza,