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La antorcha que encendieron en el ara,
A cuyo pié fijásteis vuestra suerte,
A mis ojos, señora, solo ha sido
El amarillo cirio de la muerte.


En la blanca guirnalda, que al cabello
Prendieron vuestras manos delicadas,
Mis ojos solo han visto flores tristes
Sobre el paño de un féretro arrojadas.


En el Si que dijeron vuestros lábios
Solo oí el estertor de una agonía,
El rechinar del enmohecido gozne
De un helado sepulcro que se abría.


¡Ya todo se acabó!... Dejad que el pecho
Por un momento con mi mano oprima,
Dejad que el llanto de mis ojos corra,
Dejad que mi alma sollozando jima.
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¡No lloro ya!... La piedra funeraria
Para siempre cayó pesada y fria....
¡Las losas de las tumbas nunca lloran,
Y una tumba es, señora, el alma mia!