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Y cada vez que se retuerce inquieto, El sol vela su frente, Y la vieja montaña bambolea.
Hogueras son sus ojos,
Rojas hogueras que atizó el encono,
Antorchas funerarias de la noche
De su eterno abandono.
Y no es un grito humano
Lo que exhala su pecho
—Que no tiene el dolor tan rudas notas—
Es el estruendo del volcan que estalla,
El grito del torrente en la espesura,
Choque de aceros y corazas rotas
En el fragor de la feroz batalla!
Solo el Ponto responde á los rugidos
Que lanza en su desvelo,
Y llama en su socorro con voz lúgubre
A las inquietas ondas del Egéo.
Es que tambien él lucha;
Lucha con lo imposible, y siempre espera.
Salvaje enamorado
Quiere arrastrar consigo á la ribera,
Y la ribera sorda
Escapa de sus brazos,