Prometeo los salvó, y no se contentó con esto, sino que aspiró a sacarles de la condicion de animales en que vivían, para lo cual robó el fuego del cielo y les enseñó a bosquejar las primeras artes con aquella especie de alma de la materia. Zeus se indignó, porque no quería la prosperidad del hombre, sino que, como amo celoso, deseaba esclavos incapacitados de elevarse. No se atrevió ó no pudo quitar á los mortales el fuego, de cuya conservación cuidaban todos: pero castigó á Prometeo atándole con cadenas en un monte, no lejos del Cáucaso, entre Europa y Asia, para que el mundo entero viese el castigo, y dejándole á merced de un buitre que noche y día devoraba su hígado, que renacía eternamente.
Esquilo, el primero de los poetas griegos por su alma y su brío, genio hostil á las tiranías, porque anteponía á todo la justicia y la dignidad, compuso tres dramas con esta leyenda: Prometeo llevándose el fuego, Prometo encadenado, Prometeo libre, de cuyos dramas sólo queda el segundo, Prometeo encadenado, sin que la obra mutilada así por los siglos, haya bajado de la altura en que las inspiraciones, dejando ya de pertenecer á un forma de arte, á una patria, á una fibra especial del corazón, se confunden con el alma universal del género humano.
Prometeo es todo heroísmo, según le pinta el poeta que le encontró en los mitos religiosos. Practicaba el bien por simpatía, y aun siendo víctima de su obra, no la deploraba, porque su conciencia le sostenía en el suplicio. Con el justo orgullo de su dolor exclamaba hablando de su verdugo: «Yo tuve lástima de los mortales y él no me ha juzgado digno de compasión.»
Con efecto, el rey de los dioses no perdona á aquel emancipador de la civilización humana; pero se ve aislado en su omnipotencia, nadie simpatiza con él, en tanto que todos ensalzan a Prometeo. Al principio las Oceánidas, ninfas del mar, olas con formas de doncellas, vienen á consolar al paciente con sus cantos. Tendido en su peñasco