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84 Biblioteca de los Americanistas.

Fué esta jornada de D. Pedro de Alvarado á España muy favorable al lustre de esta ciudad; por lo que empezó á reconocerse libre de aquella sujeción al gobierno de Mexico que, teniéndola brumada también la tenía, con la repetición y frecuencia de sus ministros no siempre fieles ni desinteresados y perturbada en mucha parte de la paz pública de que gozaba; con lo cual se constituía en un estado dichoso: no siendo menos útil al crédito de sus operaciones, siempre fieles y siempre generosas; porque á su vista se deshicieron los pueblos que se oponían á sus máximos lucimientos, quedando desmentidos los émulos, á vista de las pruebas de sus loables y singulares servicios. No contentándose, por entonces, con sólo fundamentar la verdad de sus claros méritos, pasó á defender los créditos incontrastables de aquel alumno de la fama, D. Fernando Cortés, á quien miraba D. Pedro, con la claridad de su juicio como á su amigo, como á su capitán general, y como á grande y señalado servidor del Rey; dejando, á viva instancia de sus informes y diligencias, desvanecido cuanto le oponía la malicia de sus contrarios, que eran muchos.[1] Y los más principales, que le calumniaban, eran Bernardino Velázquez, Manuel de Rojas y Benito Martín, procuradores de Diego Velázquez; y por otra parte Pánfilo de Narvaez, Gonzálo de Umbría y Cristóbal de Tapia, fomentados de D. Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, presidente del Consejo de Indias, que favorecía la causa de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, en odio del esclarecido D. Fernando Cortés; oponiéndole tantos cargos, que era el menor querer establecer que llevaba quinto, como el Rey, en todo el oro que se cogía en la Nueva España: tomándose resolución en el Consejo, de que viniese á Mexico D. Pedro de la Cueva, comendador mayor de Alcántara y almirante de Santo Domingo, que á costa de Cortés trajese seiscientos soldados, y que, hallándole culpado, le cortase la cabeza. Pero la sagacidad de D. Pedro de Alvarado, ayudada de la intro-

  1. Bernal Díaz, cap. 169.