vueltas y saltos, levantándolo muy alto y volviéndolo á recibir muy á tiempo con los mismos pies, y haciéndole dar tornos tan violentos y repetidos que casi eran incomprensibles sus vueltas; ya sosteniéndole en un pie, ya en otro, porque uno le sustentaba y otro pie le movía, con toda la destreza, arte y ligereza que digo; y muchas veces descansando el madero en ambos pies hacía con ellos y el madero consonancia á el compás del instrumento que le tañían, diferenciando las suertes y mudanzas del madero en muchas diestras y aseadas suertes: porque también le bailaba de punta, ya á saltos y impulsos con que el madero era expelido á el aire por la destreza incomparable y entretenida del danzarín, y ya mudándole con mucha frecuencia del uno á el otro pie con admiración y espanto de cuantos le veían; siendo mayor lanzar el madero á el aire con tal temperamento, ajuste y impulso, que al recibirlo era con la parte de las corvas, volviéndole de allí (que parece, si no imposible, muy dificultoso y de grande fatiga) á la parte de las plantas de los pies. Alcancé á ver uno de estos en esta ciudad de Goathemala, siendo yo de muy poca edad; y me acuerdo que habiendo venido á mi casa á bailar el palo y á hacer otras suertes en el suelo, dijo este indio á el capitán D. Francisco de Fuentes y Guzmán, mi padre, ser natural del pueblo de Tecpatlán, de la provincia de Chiapa. No he visto desde entonces otro alguno que baile el palo en parte ni provincia alguna, y juzgara haberse extinguido este uso y estilo de fiesta y divertimiento entre los indios, si no me aseguraran algunos haber entre ellos bailarines de éstos en las provincias de Chiapa.
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