nientes suyos á Alonso Larios y Francisco Castellón, recayendo el nombramiento de las conductas de siete compañías de españoles y indios de á noventa y cuatro infantes cada una en los capitanes Bartolomé Becerra, Alonso de Loarca, Gaspar de Polanco, Gómez de Ulloa, Sancho de Barahona, Antón de Morales y Antonio de Salazar.[1] Este fue el aparato y prevención militar que se aprestó para esta guerra, que de su bueno ó mal suceso pendía la quietud y sujeción de más de noventa leguas de tierra levantada por la parte del Sur, y que de haberse ladeado la fortuna á la parte y gratitud de los rebeldes, se hubiera aventurado en este accidente toda la sujeción y dominio de este Reino..
Con esta disposición militar y con buena orden en lo regular y advertido de las marchas, se fué acercando nuestro español y valiente ejército á los confines y términos de los pueblos que estaban á devoción de los rebeldes Príncipes, en que no faltaron por el camino muchos y muy sangrientos reencuentros y batallas; siendo necesario, habiendo combatido con los indios del valle de el Tiangiuz, que es el de Chimaltenango,[2] y pareciendo caminar y proceder muy á lo largo su resistencia, entresacar del ejército ciento veinte infantes para esta guerra, que quedaron á cargo de los capitanes Pedro Amalín y Francisco de Orduña, que entonces era vecino y no juez de residencia: haciendo esta división y dejando ocupado el país de Chimaltenango con este servicio de ejército, así por reducirle y sujetarle, como por dejar asegurada la retirada; pasando lo demás del resto del ejército á perficionar y cumplir la sujeción y rendimiento de los Reyes levantados, como instrumentos en cuya seguridad y obediencia estaba afirmada y pendiente la reducción de los pueblos conspirados.
Halló el teniente general D. Pedro Portocarrero obediente y grato el numeroso y grande pueblo de Quetzaltenango, de quien ya hemos afirmado estaban dentro de él, á