El celo con el que han trabajado nuestros predecesores en los siglos pasados para promover los estudios y un conocimiento más profundo del mundo oriental entre los fieles, y especialmente entre los sacerdotes, es conocido por cualquiera que haya recorrido, aunque sea apresuradamente, la historia de la Iglesia. De hecho, ellos [a]sabían muy bien que la causa, tanto de muchos daños anteriores como de la muy dolorosa división que había arrancado de la raíz de la unidad a muchas Iglesias que alguna vez fueron prósperas, provenía como una consecuencia necesaria, especialmente de la ignorancia mutua, de la poca estima y de los prejuicios nacidos en el tiempo de largos desacuerdos; y por ello veían que tantos males no podían remediarse sino eliminando estos impedimentos. Ahora bien, para mencionar brevemente algunos hechos históricos de aquellos tiempos, en los que los antiguos lazos de unión empezaron a relajarse, y que atestiguan el solícito cuidado de los Romanos Pontífices en este asunto, todos saben no solo con qué bondad, sino también con qué veneración Adriano II acogió a los dos Apóstoles de los eslavos,
- ↑ Es decir, los papas.