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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Cirilo y Metodio, con qué prueba de particular estima quiso honrarlos; y el celo con el que favoreció la celebración del octavo concilio ecuménico, el cuarto Constantinopolitano, enviando a sus legados allí, precisamente cuando lamentablemente gran parte del rebaño de Cristo se había desprendido del Romano Pontífice, Supremo Pastor divinamente constituido. Otros concilios, destinados a fomentar los intereses de la Iglesia entre los orientales, se celebraron posteriormente a lo largo del tiempo, como cuando en Bari[a], en la tumba de San Nicolás de Mira, el famoso Doctor de Aosta y Arzobispo de Canterbury, San Anselmo, con su doctrina y su eminente santidad despertó admiración en todos; o en el concilio de Lyon, donde aquellas dos luminarias de la Iglesia, el Angélico Tomás y el Seráfico Buenaventura, habían sido convocadas por Gregorio X, aunque uno de ellos murió en el mismo viaje y el otro en medio de los serios esfuerzos del Concilio[b]; o en Ferrara y Florencia[c], donde destacaron esas dos destacadas glorias del Oriente cristiano, Bessarion de Nicea e Isidoro de Kiev, posteriormente creados Cardenales, y donde la verdad del dogma cristiano, establecida con sólidos argumentos y ungida por el amor de Jesucristo pareció abrir el camino a la reconciliación de los cristianos orientales con el Pastor Supremo.

Las pocas cosas hasta aquí mencionadas, Venerables Hermanos, son sin duda prueba de la providencia paterna y del celo de esta Sede Apostólica hacia las naciones orientales; ciertamente son las más conocidas, pero, por su propia naturaleza la menos frecuentes. Pero hay muchas otros beneficios que, sin interrupción alguna, como donación continua y, por así decirlo cotidiana, de beneficios, derivaron de la Iglesia Romana a favor de todas las regiones de Oriente; especialmente con el envío de religiosos, que gastaron sus propias vidas en beneficio de los pueblos orientales. De hecho, apoyados, por así decirlo, por la autoridad de esta Sede Apostólica, surgieron, especialmente de las familias religiosas de San Francisco de Asís y Santo Domingo, aquellos magnánimos varones que, habiendo erigido casas y fundado nuevas provincias de su Orden, difundieron con inmenso trabajo la teología y otras ciencias pertenecientes a la religión y la civilización, no solo, Palestina y Armenia sino también otras regiones, en las que los orientales, sometidos al dominio de los tártaros o los turcos, con la violencia fueron mantenidos separados de Roma,
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