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el pueblo, á la vez que solaz, adquiriría instruccion, y hoy se puede agregar, sin necesidad de ser aristotélico, que esa instruccion especial, puede y debe ser un complemento precioso, preciosísimo,, de la enseñanza de las Ciencias Naturales,—de la Zoología, por el momento—en esa parte cualquiera del mundo que se llama Buenos Ayres.

El Intendente Seeber terminará algún día su mandato; llevará ó no á cabo todos sus proyectos; pero, sea cual fuere el acorde final, nadie se atreverá á negarle el mérito de haber realizado el Jardin Zoológico de Buenos Ayres,—porque ya es una realidad.

No suena todavía en el mundo.

Pero sonará.

Llega su nombre á diversas partes como un murmullo. Le llueven, de las mismas circunscripciones indeterminadas, carteles relativos á la fabricacion de grutas (horror!) jaulas, tubos de caldeo, drenaje, etc.; se le ofrecen animales en venta y en canje; hay quien quiere comprarle monos, tigres, mulitas y carpinchos.

Pero se hace el mudo, porque no suena bastante.

Y la gran cuestion es sonar.

Ni los Yankees saben lo que es bombo, ese glorioso instrumento que es el que mas suena.

Si Él estuviera manejando esta lapicera que, bien armada, recorre el papel, continuaría comentando sobre tan excelente base, pero no la maneja.... sólo mira, apoya y flota sonriendo—sonriendo con su cara amiga de criollo volteriano.

Porque no pudo realizar el Jardin Zoológico de Buenos Ayres— y alguna vez dijo, echando un terno: «Sí, pues, mi amigo; uno tiene buenas ideas; pero, para lidiar con cierta gente.... etcetera». El terno venía en vez de la etcetera— y seguía.

Sea lo que fuere, la obra está hecha, y sólo falta, para mayor gloria de todos, que el público aprenda ó reconozca que el Jardin Zoológico le pertenece; que debe hacer cuanto pueda para evitar los desmanes de la estupidez ó de la ignorancia, aconsejando á los unos y conteniendo á los otros, y proponiéndose siempre conservar y enriquecer el valioso fundamento actual.

Viajando por Europa, el Sr. Seeber remitió á la Direccion actual del Jardin Zoológico una lista de animales de venta de la renombrada casa de Hagenbeck de Hamburgo, y, hecha la eleccion, las piezas llegaron á Buenos Ayres á mediados de Julio del corriente año (89) traídas por uno de los hermanos Hagenbeck (Gustavo) y cuatro guarda-fieras que, contratados ya estos últimos, quedaron aquí. En vista del éxito en el transporte, y otras consideraciones, el Intendente hizo un nuevo pedido, y el Jueves á las seis de la mañana, una lancha atracaba al muelle de las Catalinas, trayendo á bordo los animales enviados de Hamburgo, en el vapor «Kehrwieder». A las cinco de la tarde del mismo dia, un tren especial conducía á Palermo los animales; á media noche quedaban casi todos descargados, y es probable que, á estas horas, se encuentren ocupando sus departamentos provisorios, esperando el momento, próxima ya, de habitar las instalaciones definitivas.