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Como la disociacion de la arcilla y de la arena es un trabajo lento y de años, porque realiza con granos sólidos la tarea de la gota de agua que perfora la piedra, porque la arcilla siempre puede levigarse y subir por entre los granos de arena que van bajando paulatinamente y adaptándose por sus facetas hasta formar una masa compacta que sólo ofrece capilaridad para el agua que sube de la tosca vertiente,—he iniciado en el Jardin Zoológico un movimiento de tierra que excluye para mi reputacion toda tentativa de lucimiento con obras de hermosa apariencia inmediata, lo que se explica de un modo muy simple y con pocas palabras para cualquiera persona que me estime y sepa de buena fé que no quiero laureles de papel, y que amo demasiado mi tierra para dejarle plantados árboles que pronto se sequen con el salitre del carbonato.

Ese movimiento de tierra consiste en removerla hasta la tosca, y áun ésta, agregándole los abonos. De esa manera, mezclados otra vez los tres componentes, las raíces penetrarán hasta donde les sea necesario y, cuando mueran, formarán tubos, dentro de los cuales harán su juego la levigacion y la nueva mezcla, de tal modo que otras raíces mas jóvenes, tomarán los elementos del suelo por todas partes é impedirán la disociacion á que aludí, como que en este terreno empiezan por vez primera los árboles á representar un papel.

Experimento un verdadero placer al consignar aquí estas afirmaciones, porque son una proyeccion al porvenir y significan que puedo equivocarme ó nó.

Si me equivoco, nadie, jamás, verá en ello la mala fé, y reconocerá el trabajo intenso sin ayuda; si no me equivoco, y puedo terminar todas las obras del Jardin, nada mas natural—pero lo que es un hecho indiscutible es que ninguna autoridad discreta podrá ni deberá honradamente ordenar allí trabajos de plantacion sin tomar en cuenta las citadas afirmaciones, simplemente porque emanan del criterio científico, bueno ó malo.

¡Arboles! árboles! sombra! sombra! gritan.

¿Y qué puedo hacer?

A los que saben escuchar razones, les doy las que preceden, como lo he hecho con todos los Intendentes, desde que el Sr. Seeber puso el terreno del nuevo Jardin en mis manos.

A los que no saben, les digo:—«Pero cómo quieren que haga maravillas? ¿No ven que ni don Juan Manuel Rosas, con todo su poder, hasta con las extraordinarias, pudo conseguir aquí ni un Ombú?»