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Página:Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres (Tomo II. Entrega II, pp. 33-64).pdf/11

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tomable, sumamente cargada de sulfatos y cloruros, de un gusto salado amargo imposible.

La majada, entre tanto, no había experimentado atraso alguno por la falta de agua, favorecida por el Invierno, que no estimula la sed. Se procuraba el agua necesaria comiendo los pastitos jugosos comunes allí, y en los que el rocío se depositaba abundantemente todas las noches.

El dueño de la majada, un vasco francés, se había empecinado en encontrar agua potable, y abandonando el jagüel primero, iniciaba en esos dias la excavacion de otro. Fiado en su práctica de cuidar ovejas, me dijo que, de cualquier modo, en ese campo se aguantaría aún dos meses más, pasados los cuales llevaría su majada á otra parte, para que tomase agua, si él no tenía la suerte de hallarla allí. Es decir, á los cinco meses justos.

Esto me pareció excesivo entónces; pero mas adelante he tenido ocasion de convencerme de lo contrario, hablando sobre lo mismo con varias personas que me comunicaron hechos muy curiosos al respecto.

Un hacendado del Valle de Marracó, don Julio Doubedou, que se halla al frente de la estancia María Luisa de los señores Maupas, Laclau y Cª., me refirió el siguiente caso:

Cierta noche, una majada que se hallaba en la altiplanicie, sorprendida por el Puma (Felis concolor) se asustó y se desparramó.

Al juntarla, notaron, al hacer el recuento, la falta de una punta de mas ó menos veinte ovejas.

El que cuidaba la majada, las buscó mucho infructuosamente; se pidieron datos á los vecinos, y nada; á ninguno de los jagüeles de los alrededores habían bajado á tomar agua.

Las ovejas eran por demás conocidas para que, al verlas, no las reconociesen, de modo que las dieron por perdidas, despues de repetidas é infructuosas pesquisas.

A las cansadas, recorriendo la altiplanicie, á distancia de varias leguas, despues de cuatro meses, un peon del establecimiento observó unos bultos blancos á lo léjos y creyéndolos guanacos trató de acercárseles para bolearlos.

Cuál no sería su sorpresa al ver, cuando pudo distinguirlas, que lo que creía guanacos, eran ovejas! más cerca ya, las reconoció: eran las de la estancia; pero los cuatro