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chicos, que son siempre los preferidos por los cazadores, hacen trepar al Tigre, lo que permite suponer que no sea un animal valiente, y ello se explica por el hecho de que mata siempre sus víctimas á traicion.

La falta de costumbre de que lo ataquen otros animales, hace que, uno ó dos perros, ladrándolo, le hagan perder su serenidad y la conviccion de su formidable poder, hasta el punto de hacerle huir, trepar, y, en último caso, sentarse en el suelo en una actitud defensiva, sin animarse á atropellarlos, y acabar de una vez, de dos zarpazos, con sus importunos perseguidores.

En este caso, sólo mata los perros cuando imprudentemente se ponen á tiro de sus garras poderosas, y entónces, por lo comun, asegura siempre con una mano el cadáver de su víctima y sigue defendiéndose con la otra libre.

Esa falta de criterio en no abandonar el cadáver sino en persistir en asegurarlo, hace que, cuando los perros son numerosos, puedan acercársele y morderlo, ya en la cola, ya en los flancos, etc., y faciliten de este modo la tarea del cazador.

El Tigre tiene una fuerza muscular extraordinaria: una vez que ha dado muerte á su víctima, casi siempre la transporta á grandes distancias del sitio en que la mató, para comerla con tranquilidad.

El lugar que elige es principalmente un matorral espeso, que pueda guardar las sobras, las que sigue comiendo hasta que empiece á declararse en ellas la putrefaccion, con lo cual las abandona.

Si su víctima es chica, la suspende con la boca y así la lleva; pero si es de un tamaño regular ó grande, como una mula, por ejemplo, entonces la transporta arrastrándola: para ésto la muerde en el cogote, asegurándola bien, y así, llevándola á su lado, y gracias á sus potentes músculos, empieza la marcha, dejando trás de sí, al lado de sus características pisadas, el ancho rastro de su víctima.

Parece que el Tigre, despues de cazar, vuelve á tomar el mismo camino que trajo, y me guio, para insinuar esto, por el siguiente dato, entre otros:

En Misiones, en casa de un amigo mío, el Tigre bajó por un cerro de unos sesenta metros, que había sido rozado, y limpiado para plantar tabaco.