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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

hallen en él un gran estímulo para observar más diligentemente la imagen verdadera de este imitador máximo de Cristo, y para emularle en sus mayores gracias.

He aquí, Venerables Hermanos, la causa de nuestra alegría, que reside en el hecho de que, con el consentimiento unánime de todos los buenos, se están preparando solemnidades sagradas y profanas para recordar a este santo Patriarca en el séptimo centenario de su muerte; solemnidades que se preparan en todo el mundo, y de un modo especial en estas regiones, que honrara en vida con su presencia, con la luz de su santidad y la gloria de sus milagros. Y observamos con mayor alegría que en esto vosotros precedéis a vuestro clero y a vuestra grey. Sabemos, puede decirse uue lo vemos con nuestros propios ojos, que ya ahora grandes multitudes de peregrinos, para honrarle, se llegan hasta Asís y los santuarios próximos, a través de los verdes paisajes de Umbría, o de los escarpados montes de Alverna[a], o por las sagradas colinas que llevan a Rieti. Y es imposible que después de la visita a estos lugares, en que todavía parece respirarse el espíritu de Francisco y sus virtudes para que las imitemos, es imposible, decimos, que éstos regresen a sus hogares sin estar más compenetrados del espíritu franciscano. Pues -para usar las palabras de León XIII- «acerca de los honores que en san Francisco se acumulan, hay que establecer que serán gratos a aquel a quien van ofrecidos siempre que sean fructuosos a aquellos que los ofrecen. En esto está el fruto sólido y duradero: en que los hombres admiren la excelencia de su virtud, y saquen además algún ejemplo y se preocupen con su imitación por hacerse mejores»[1]. Tal vez alguno diga que para restaurar la sociedad cristiana hoy necesitamos entre nosotros otro Francisco. Con todo, haced que los hombres, con celo renovado, tomen al antiguo Francisco por maestro de piedad y de santidad; haced que lo imiten y reproduzcan en sí los ejemplos que él nos dejó, como el que era, «espejo de virtudes, camino de rectitud, y regla de costumbres»[2]. ¿No tendría esto tanta virtud y eficacia que bastara para sanar y cortar la corrupción de nuestro tiempo?


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  1. León XIII, encíclica Auspicato concessum, 17.09.1882.
  2. Breviario de los Hermanos Menores.