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XLII

A

ún no es bien amanescido,

qu’el cielo estaba estrellado,
cuando se armaba en Zamora
el buen viejo Arias Gonzalo:
ármanle sus cuatro hijos,
qu’ellos ya estaban armados.
Mientras las armas le ponen
les dice el viejo esforzado:
—De cinco que sois, mis hijos,
escogí sólo los cuatro,
por ser yo el quinto y postrero,
que me hallaré en el campo.
Bien conozco, hijos míos,
que este afán me era excusado,
pues do vosotros estáis
ya yo soy privilegiado;
mas el repto de don Diego
á ninguno había excusado,
ni viejo, chico ni mozo,
ni por nacer ni finado.