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pide ser divertida. De esta evidencia se deduce la ley del Drama. En efecto, más allá de esa barrera de fuego que se llama el proscenio, y que separa el mundo real del mundo ideal, crear y hacer vivir en las condiciones del arte y de la naturaleza, caracte­res, es decir, hombres; en estos hombres, en éstos caracteres, arrojar pasiones que desenvuelven estos y modifican aquéllos; y en fin, del choque de estos caracteres y de estas pasiones de conformidad con las grandes leyes providenciales, hacer surgir la vida humana, es decir, sucesos grandes, pequeños, dolo­rosos, cómicos, terribles, que contienen ese goce del corazón que se llama interés, y para la mente esa lec­ción que se llama moral: tal es el fin del Drama. Se ve, pues, que el Drama tiene de la tragedia la pin­tura de las pasiones, y de la comedia la pintura de los caracteres. El Drama es la tercera grande forma del arte, que comprende, encierra y fecunda en sí las dos primeras. Corneille y Molière existirían indepen­dientemente el uno del otro, si Shakespeare no es­tuviese entre ellos, dando al primero la mano iz­quierda y al segundo la derecha. De este modo, las dos electricidades opuestas de la tragedia y de la co­media, se encuentran, y la chispa que resulta, es el Drama.

Explicando, como lo entiende y según lo ha indica­do muchas veces, el principio, la ley y el fin del Dra­ma, el autor está lejos de disimularse lo exiguo de sus fuerzas y la pobreza de su espíritu. No hay que equivocarse; define aquí, no lo que ha hecho, sino

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