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Prefacio

el estilo,-borrar, desde luego, las soldaduras to- daría visibles que servían, en cada número de la revista, para pegar el capítulo nuevo al fragmen. to anterior... Muy pronto advertí que sería tan árdna la tarea como dudoso su éxito, siendo im- posible reformar útilmente la materia enfriada sin emprender una refundición. Dejo, pues, las cosas como estaban, temiendo, con mi afán de mejorarlas, echarlas más á perder. Deseo que no choquen al lector algunas tentativas de recons- trucción en parte hipotética, que sólo atañen al color local ó marco decorativo, y de ningún modo á los hechos históricos;—ni tampoco cierta sol- tura del estilo, que suele incurrir en alusiones li- terarias y giros familiares un tanto reñidos con la inalterable gravedad de la historia escrita al modo clásico.

La historia es ciencia, es arte, es filosofía: to. do el mundo lo sabe y repite; pero quiere la des- gracia que ocurra á muchos confundir esa ciencia con la documentación vacía de crítica, ese arte evocador con la fraseología suntuosa, esa filosofia con generalizaciones vagas y arbitrarias que poco ganan con apellidarse sintesis. En consonancia con este concepto errado, se miran y tratan por separado tres aspectos de una misma substancia que la realidad asocia indisolublemente. Ahora bien: muy lejos de haber incompatibilidad entre la historia ya considerada como ciencia, ya como arte, ya como filosofía, debe asentarse que no existe diferencia esencial; pues, prolongada su- ficientemente, cualquiera de las vías convergentes conduce al encuentro de las demás, pudiendo de. cirse, según la fórmula de Bacon, que si un sa- ber superficial aleja del arte y la filosofía, un sa- ber más profundo nos vuelve á ellos.

El estudio intenso de los documentos de una época evoca sus hombres y cosas con una vida y potencia casi alucinativas: vemos á las segun. dag en sus detalles y colorido, escuchamos hablar á los primeros y, como dice Taine, tentados esta- mos de contestarles en alta voz. Entonces la vi-