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CONGRESO NACIONAL

blica. Es aquí que el estrépito de las pasiones se sustituyó a los acentos de la voluntad jeneral. Tal fué el segundo período de las tareas políticas de los representantes de la Nacion.

La converjencia de los intereses de una insolente aristocracia con todos los elementos del patriotismo, advirtió de los peligros que amagaban a la libertad i el partido encargado de su defensa redobló sus esfuerzos para contener el liberticidio. Las leyes del 8, 11, 17, 20, 26 i 29 de Julio i las de 17, 21 i 28 de Agosto son, ciertamente, otros tantos trofeos de la existencia política de la Patria, que honrarán para siempre la memoria de los campeones que supieron levantarlos sobre la cerviz erguida del enemigo público.

Estos progresos de la libertad eran demasiado eminentes para dejar de inspirar mortales alarmas de todas las clases aristocráticas a cuyo auxilio volaron las dos formidables instituciones góticas: los mayorazgos i Estanco. La supersticion política i relijiosa acompañada del influjo de los caudales, fueron dueños de la espada pública i se proclamó el sistema del monopolio del poder i de la industria nacional, como la opinion jeneral del Estado. La corrupcion i la venalidad se erijieron en principios. Los representantes se ofrecieron en almoneda, a discrecion, del Poder Ejecutivo. La Representacion vino a ser un triste simulacro. La lei del 11 de Julio era fatal a los intereses de una capital que es del emporio de las aristocracias. El sistema federal está fundado en la igualdad de la representacion política de los pueblos, cuya consecuencia natural es su engrandecimiento comun, su prosperidad i la riqueza nacional. No puede mirarse, por la capital i los cortesanos, sin desesperacion, un sistema que arranca a sus manos depradantes el fruto de las fatigas i de la industria de los pueblos, prodigados para mantener el fausto i el lujo, con que los satélites del poder insultan la miseria pública i el engrandecimiento de una metrópoli, cuyos museos, institutos, canales, tajamares, alamedas i demas establecimientos formados con el sudor i la sangre de los pueblos, se llaman obras del Estado, por ser las de Santiago.

El Congreso, en medio de su degradacion, era contenido por una voz incesante que señala ba al mundo las huellas de su depravada carrera. Fué necesario resolver la disolucion misma de este Cuerpo, para marchar sin temores a su fin. Es aquí que concitaron todos los elementos del interes particular, el de las clases privilejiadas i el del poder arbitrario, contra el interes jeneral. Las sesiones tenidas a este respecto, que se han publicado impresas i que he remitido en mi anterior comunicacion, habrán instruido en detalle de las ocurrencias difíciles de contener en el pequeño espacio de esta nota. La muerte política del Estado se ha fallado. La Representacion Nacional ha espirado a los golpes de los mismos brazos que los pueblos armaron de su poder para su defensa. Yo i seis de mis colegas, hemos retirado los nuestros de horror para ofrecerlos en toda su pureza a la defensa de la libertad comun.

La suerte del Congreso se ha hecho trascendental con la de las Asambleas provinciales, i estos hombres que han descuidado sus atentados con un pretendido respeto i temor por la opinion i juicio del Estado, han atacado con el mas impudente arrojo i con el último desprecio, el juicio solemnemente pronunciado por la Nacion que les destinó a la mision especial de constituirla. Han dejado la Nacion inconstituida, i convirtiéndose ellos en la Nacion misma, han nombrado un Senado o comision representante de la Nacion.

Tal es el último período que ha sellado la prevaricacion i el escándalo con que se ha hollado el respeto nacional. —Santiago, Junio 23 de 1827. —J. V. Marcoleta.