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CÁMARA DE DIPUTADOS

Verdad es que en la última de las notas del señor Olañeta se modifica esta repulsa; pero si el Gobierno peruano fuese de diferente opinion que su Ministro, abierta le queda siembre la vía de las negociaciones para poner término a los desastres de la guerra, accediendo a nuestras justas demandas.


El buen juicio del pueblo chileno i de las naciones estranjeras i el fallo imparcial de la posteridad, decidirán si las razones justificativas que he tenido la honra de esponer son suficientes para lejitimar el recurso a la guerra; si es conveniente i necesaria esta medida para la conservacion de nuestros mas caros derechos i de la existencia misma; i si estaban agotados los medios de conciliación, que, sin aventurar los destinos de la Patria, me eran permitidos con un enemigo que ha sido el primero en violar la paz, que lo hizo con un acto de la mas horrible alevosía, que se ha servido constantemente de las negociaciones para encubrir las asechanzas, que en medio de la paz se ha desvelado siempre en fomentar la sedición i la anarquía en los paises vecinos para allanar el camino a sus armas, i de cuya política insidiosa i pérfida será un ejemplo memorable la usurpación del Perú. Tarde o temprano era inevitable la guerra con este caudillo ambicioso, cuyos designios de dominar a la América del Sur se han revelado al mundo años hace en una correspondencia célebre i de una autenticidad que nadie se ha atrevido a disputar, con un hombre de aspiraciones tan opuestas a la seguridad de los Estados vecinos i a la forma popular de las instituciones americanas que él mismo ha jurado sostener. No era cordura suponerle ménos ambicioso, cuando tiene mas medios de ensanchar sus dominios, i mas respetador de los derechos ajenos, cuando puede mas impunemente violarlos. La única alternativa que estaba a nuestro arbitrio era ésta: si debíamos aguardar para hacerle la guerra a que hubiese hecho irrevocablemente suya la grande i desgraciada presa que ha caido en sus manos; a que hubiese consolidado su nuevo poder, organizado nuevos ejércitos i dominado nuestra mar; a que la desesperación de sacudir el yugo i el hábito de la servidumbre hubiese talvez amortiguado la indignación de los pueblos que tiene a vasallados i los sentimientos de independencia que aun arden en ellos; o si debíamos apresurarnos a defender inmediatamente nuestra existencia i la de los otros Estados del Sur. La elección no admitía, en mi sentir, un momento de duda. Someter nuestra causa a la decisión del Dios de las batallas, vengador de la injusticia i la perfidia, era el único partido que nos restaba.


En esta virtud, os propongo las resoluciones siguientes:


  1. El Jeneral don Andrés Santa Cruz, Presidente de la República de Bolivia, detentador injusto de la soberanía del Perú, amenaza a la independencia de las otras Repúblicas Sud-Americanas,
  2. El Gobierno peruano, colocado de hecho bajo la influencia del Jeneral don Andrés Santa Cruz, ha consentido, en medio de la paz, la invasión del territorio chileno por un armamento de buques de la República Peruana, destinado a introducir la discordia i la guerra civil entre los pueblos de Chile.
  3. El Jeneral don Andrés Santa Cruz ha vejado contra el Derecho de Jentes la persona de un Ministro público de la Nación Chilena.
  4. El Congreso Nacional de la República de Chile, insultado en su honor, atacado i amenazado en su seguridad interior i esterior, ratifica solemnemente la declaración de guerra hecha, con autoridad del Congreso Nacional i del Gobierno, por el Ministro Plenipotenciario don Mariano Egaña al Gobierno del Jeneral don Andrés Santa Cruz. —Santiago, Diciembre 21 de 1836. —Joaquín Prieto. Diego Portales.



Núm. 385

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Número 1


Señor:


Los males horiibles que van a sufrir los pueblos con motivo de la guerra declarada por el Gobierno de Chile al del Perú, i las consecuencias espantosas que infaliblemente han de seguirse de una mui larga hostilidad entre naciones que, no teniendo campo de batalla, no harán mas que destruirse para hacer la paz, en medio de la desolación jeneral, me obligan a convidar a V. S., por última vez, a la reconciliación. No imperta que haya sonado el cañón fratricida, si podemos aun imponer silencio a la discordia llegando al término de una paz amistosa.


Para conseguir este laudable fin, propongo a V. S. un armisticio por el tiempo que sea conducente a entendernos, no en medio de Escuadras amenazantes ni con los aparatos del orgullo que siempre ofenden, sino por aquellas vias que aconseja la prudencia i previene la calma de la sabiduría.


Pedí incesantemente a V. S., en mi primera conferencia, el que no fuera la Escuadra acompañando un Ministro de concordia. Entónces no oculté a V. S. cuáles serían los resultados, i temí con mucho fundamento que mi Gobierno no consentiría en esta nueva ofensa humillante, ni en esa clara infracción del Derecho de Jentes que provocaba decididamente a una ruptura. Sin embargo, por los datos que le había ya pasado, por las reflexiones que le ofrecía i, mas que todo, cierto de los deseos del Jefe del Perú por una transacción, no dudé un instante que admitiría la Legación chilena. Mas, despues, convencido mi Gobierno de que el de Chile no solo ha buscado la alianza del de Buenos Aires, por conducto de un ájente secreto mandado