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donos, su autor demuestra que sabe hacer versos seductoramente lindos, pero no admirablemente hermosos. Si Diaz no dejase encadenar su genio por las que pudiéramos llamar trabas andradescas, y no afeasen su estilo en algunas ocasiones ciertos resabios de la escuela que desgraciadamente creó e] cantor de El nido de cóndores, sus obras resultarían mucho más perfectas, pues si bien en poesía la espontaneidad nos seduce, es á condicción de que vaya siempre á remolque del esmero en el arte de versificar, que debe huir en cuanto pueda de todo lo que resulte prosáico y cacofónico. Esto no obstante, Diaz sabe á veces animar las figuras de tan dulce espresión, sabe pintar con colores tan admirables, que por cima de pequeñas incorrecciones, muchos de sus cuadros viven y están dotados de una gran fuerza de inspiración y sentimiento. Vemos también, con placer, que siguiendo los derroteros que á la poesía lírica en general marcan las irresistibles tendencias del arte moderno, Diaz sustituye en sus trabajos los símiles extravagantes, reflejo de un gusto y de un orden de ideas que pasaron para no volver, con las comparaciones tomadas de la naturaleza, que es imperecedera. A las antítesis, á los retruécanos y á los pensamientos alambicados de la escuela de Góngora, que tanto empequeñecen y afean á muchos de los sonetos que hoy conoce-