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— El corazon mas egoista alienta dentro de tu pecho, ¡oh! rei. No conozco otro que le iguala en dureza i en crueldad, salvo el del príncipe, tu primojénito. ¡El pedernal es ante sus fibras una blanda i deleznable cera!

Calló un instante i luego con voz ronca prefirió:

— Sólo me falta mostrarte donde se halla el último. Ese, es el mio, i, golpeándose el pecho con fuerza, exclamó: ¡Aquí está, ¡oh principe! Con odio i hiel fué fabricado. Si pudiera desbordame, os ahogaria a todos con el acíbar i ponzoña de sus rencores. Anídanse en él mas cóleras que las que desataron, desatan i fulminarán los cielos i los abismos del mar. Una sola gota del veneno que encierra, bastaria para esterminar todo lo que se mueve i alienta debajo del sol.

La voz sibilante del enano vibraba aun en el vasto recinto, cuando el rei hizo una imperceptible señal. Al instante se apartaron los amplios tapices i dieron paso a una falanje de guerreros que se precipitaron sobre los aterrados favoritos, dignatarios ¡maguates i los pasaron a cuchillo en un abrir i cerrar de ojos. Inmediatamente, despues de decapitados, abríanles el pecho i les arrancaban el corazon palpitante.

El jóven príncipe, al ver aquella carnicería, de un salto se puso junto a su padre, mas el monarca, alzando el pesado cetro de oro, lo descargó sobre la desnuda i juvenil cabeza con la celeridad del relámpago. Apenas el cuerpo se desplomó sobre las gradas, un esclavo le sacó el corazon.