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palpar la abertura con los dedos i se convenció de que no habia medio de meter ahí un grano mas de pólvora o de lo que fuese. Su entrecejo se frunció. Empezaba a adivinar por qué el armatoste había aumentado tan notablemente de peso. Se volvió hácia el rancho, al que se habian ido acercando a medida que avanzaba la tarde, i reflexionó acerca de las probables consecuencias de aquel suceso, decidiendo, despues de un rato, emprender la retirada i dejar a Cañuela la gloria de salir a su sabor del atolladero. Demasiado conocía el jenio del abuelo para ponerse a su alcance. Pero su fecunda imaginacion ideó otro plan que le pareció tan magnífico que, desechando la huida proyectada, se plantó delante de su primo, el cual, mui inquieto, le habia observado hasta ahí sin atreverse al abrir la boca, i le habló con animacion de algo que debía ser mui insólito, porque Cañuela, con lágrimas en los ojos, se resistia secundarle. Pero, como siempre, concluyó por someterse i ámbos se pusieron afanosamente a reunir hojas i ramas secas, amontonándolas en el suelo. Cuando creyeron habia bastante, Cañuela sacó de sus insondables bolsillos una caja de fosfatos e incendió la pira. Apenas las llamas se elevaron un poco, Petaca cojió el fusil i lo acostó sobre la hoguera, retirándose, en seguida, los dos, para contemplar a la distancia los progresos del fuego. Trascurrieron algunos minutos i ya Petaca iba a acercarse nuevamente, para añadir mas combustible, cuando un estampldo formidable los ensordeció. La hoguerá