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arrebataba el viento huracanado de las crestas de las olas.

Todo marchó bien al principio miéntras estuvimos al abrigo de los acantilados de la isla; pero cambió completamente en cuanto enfilamos el canal para internarnos en el golfo. Una racha de lluvia i granizo nos azotó por la proa i se llevó la lona del lulda que pasó rozándome por encima de la cabeza como las alas de un jiganteseo petrel, el pájaro mensajero de la tempestad.

A una voz del capitan, asido a la rueda del timon, yo i el timonel corrimos hácia las escotillas de la cámara i de la máquina i estendimos sobre ellas las gruesas lonas embreadas, tapándolas herméticomente.

Apénas habia vuelto a ocupar mi sitio junto al guarda-cable, cuando una luz blanquecina brilló por la proa i una masa de agua se estrelló contra mis piernas impetuosamente. Asido a la barra resisti el choque de aquella ola, a la cual siguieron otras dos con intervalos de pocos segundos. Por un instante creí que todo habia terminado, pero la voz del capitan que gritaba aproximándose a la bocina de mando: ¡Avante, a toda fuerza!, me hizo ver que aun estábamos a flote.

El casoo entero del « San Jorje » vibró i rechinó sordamente. La hélice habia doblado sus revoluciones i lo chasquidos del cable del remolque nos, indicaron que el andar era sensiblemente mas rápido. Durante un tiempo que me pareció larguisimo la si-